viernes, 16 de diciembre de 2011

Completar la Transición: primer paso el #18D

          Como siempre comenzaré con una pequeña aclaración del título de esta entrada. Obviamente me refiero a la llamada Transición española que supuso el paso del franquismo a una monarquía parlamentaria, esto es, de la dictadura a la democracia. Existe quien considera que dicho paso ha sido ya completado y quien, en el extremo opuesto, defiende que no existido tal paso. Para los primeros de lo que yo voy a hablar no es de "completar la Transición" sino de llevar a cabo una 2ª Transición, y para los segundos de lo que hablaré es de algo que no se puede completar porque nunca comenzó, luego de un auténtico principio. ¿Por qué yo escojo hablar de una Transición incompleta, y no alguna de las otras dos opciones? Primero, contra lo que dicen quienes rehusan admitir su existencia, porque es innegable que no seguimos viviendo bajo una dictadura, luego un cambio hubo. Y segundo, contra lo que dicen quienes niegan que dicho cambio haya sido imperfecto, porque es un hecho que la Transición tuvo lugar en unas condiciones en que muchos de sus protagonistas hubieron de hacer renuncias no solo en aras del consenso, sino también coartados por la amenaza de la vuelta al anterior estado de cosas y por la ignorancia acerca de los resultados de las reformas que estaban llevando a cabo (dada la prácticamente nula tradición democrática de este país). No quiero en ningún caso hacer juicios retrospectivos, creo que dadas las circunstancias poco mejor se pudo hacer lo que se hizo, pero ese respeto al pasado no puede condicionar nuestro presente: hay cosas que no se hicieron y quedan pendientes y hay cosas que sí se hicieron y no han dado el resultado esperado.
          España es ahora un país en que resulta impensable perder la normalidad democrática (y más si es cierto que estamos viviendo el final del terrorismo de ETA), o en el que en cualquier caso es impensable que haya algo así como un golpe de Estado, una dictadura o una guerra civil, y por ello podemos repensar el modelo de Estado sin vernos atenazados por el miedo a estas amenazas que sí atenazaban (y con razón) a quienes comenzaron la Transición que ahora debemos acabar. ¿Y con qué medios y hacia qué fines? El medio no puede ser otro que el mismo que guió la Transición desde el principio: el consenso. Los fines... precisamente escribo aquí para señalar hacia dónde creo que debería tender la Transición, pero básicamente deberían tender todas las reformas hacia una única realidad: hacer de nuestra democracia una democracia mejor. ¿Es esto posible? O hay democracia o no la hay dicen algunos, si esta democracia ha de ser corregida es que no es una democracia auténtica. No lo veo así. Hay una serie de condiciones necesarias y suficientes para la democracia (garantía de derechos civiles, soberanía popular y pluralismo político) que se dan en la nuestra, pero una vez cumplidas dichas condiciones hay numerosas variantes de modelo de Estado que hacen mejor o peor dicha democracia (por ejemplo, la soberanía popular puede ejercerse mejor o peor, el pluralismo político tener más o menos presencia...). Creo que nuestra democracia es mejorable porque arrastra unos lastres del pasado que hipotecan su presente, lastres que básicamente figuran en su Constitución, y por ello creo que la reforma básica que completaría la Transición sería la reforma de la Constitución.
          ¿Cuándo, cómo? Cuando haya una mayoría (que está formándose a día de hoy) de ciudadanos que entiendan que es necesario hacerlo, pueden pasar dos años, pueden pasar ocho, se hace camino al andar y no hay prisa porque vamos lejos. Ahora la prioridad se la llevan la crisis económica y sus consecuencias, pero las grandes crisis económicas han conducido a cambios políticos (generalmente limitando la democracia, en nuestra mano está lograr que aquí ocurra lo contrario). Insisto en que el impulso que debe guiar este proceso es el ánimo de consenso, porque solo el acuerdo entre todas las partes puede hacer que dure un contrato, y un contrato es lo que es una Constitución, y debe hacerse para durar. El consenso y un principio de utilidad, esto es, la idea de buscar el mayor bien para el mayor número, con el límite siempre de los derechos civiles de todos los ciudadanos. La mayoría de ciudadanos impulsará una mayoría parlamentaria partidaria de la reforma, y esta habrá lugar. En democracia no hay otro modo, no hay atajos, porque manifestarse no es un atajo, y la desobediencia civil tampoco, son las armas de que dispone el ciudadano previstas dentro de la misma democracia para hacerse oir y para crear conciencia, más allá del sufragio. Y por ello si queremos que nuestros representantes cumplan con el deber de ejercer la soberanía en nombre del pueblo, debemos manifestarnos, debemos hacer visibles nuestras demandas, debemos luchar pacíficamente por el cambio. El cambio social llevará al cambio político, porque si ocurrió en el franquismo con más razón debería poder ocurrir en la democracia. Por primera vez en mucho tiempo son muchos quienes han votado a partidos que abogan por reformar la Constitución (solo entre UPyD e IU, más de dos millones y medio, y con todas sus enormes diferencias deben aprender a estar juntos en esto, junto con los votantes de otros muchos partidos reformistas como Equo), algo está cambiando, y en este cambio una pieza clave será el PSOE, que tendrá que elegir entre sumarse al reformismo o encastillarse en el inmovilismo que a día de hoy comanda con el PP, que también llegado el momento tal vez se vea obligado a evolucionar hacia posiciones reformistas. ¿Por qué? Porque a esta Constitución empiezan a vérsele mucho las costuras, tanto que ya se las ve casi todo el mundo salvo aquellos que no ven porque no quieren ver, o porque se benefician precisamente de las imperfecciones del sistema y por ello les conviene conservarlas. Pero esta postura cínica era más fácil de mantener antes, ahora tienen voz partidos que señalan sin pudor los descosidos de esta democracia y el 15M ha despertado a la ciudadanía de su letargo autocomplaciente. Creo sinceramente que el 15 de Mayo de 2011 marcó el principio del fin de la Transición, o al menos estoy dispuesto a luchar porque así sea.
          He aquí mi propuesta de reforma de la Constitución, creo que cuáles son los aspectos a tratar es evidente, otra cosa es la solución que quepa adoptar. Aquí propongo la mía, pero la única buena será aquella que alcance un consenso amplio. Defiendo que mi propuesta no es ideológica porque los cambios y añadidos a la Constitución son de carácter formal (incluso el de la renta básica, pues la libertad negativa que conceden los derechos civiles y políticos es insuficiente y son necesarias medidas de libertad positiva, porque sin medios para ejercer la libertad no hay realmente libertad) y todos redundan en una ampliación de la soberanía popular y de la neutralidad del Estado.

          1/ Ley electoral justa. Personalmente optaría por una circunscripción única, con un Congreso de 400 diputados y donde los votos en blanco se contabilizaran para el reparto de escaños.
          2/ Separación de poderes. Básicamente habría que independizar el poder judicial del legislativo, los propios jueces deberían escoger a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial.
          3/ Principio de subsistencia. Presente en la Constitución alemana, es semejante pero no equivalente a una renta básica y garantiza (o debería garantizar) que no exista la exclusión social. Los ciudadanos en riesgo de exclusión social percibirían una ayuda que no es una renta fija, sino proporcional, estableciéndose un mínimo para gastos de vestimenta y alimentación además de vivienda y energía (dentro de unos límites).
          4/ Cauces de participación ciudadana. ¿No deberían leyes orgánicas como las de educación ser refrendadas mediante referendum? Tal vez así no habría una nueva ley de educación con cada nuevo gobierno, pues cualquier propuesta sometida a referendum que quisiera salir airosa debería contar con un amplio consenso. La propia Constitución debería contemplar que algunas leyes no puedan ser aprobadas sin consulta popular (por no hablar de los cambios en la propia Constitución), así como facilitar la presentación de iniciativas legislativas populares (a día de hoy una tarea hercúlea).
          5/ Estado laico. Bastaría con que el artículo 16.3 de la Constitución quedara redactado así: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal". En cuanto a las razones para este cambio me remito a la entrada anterior Laicismo para dummies.
          6/ República. Sencillamente es más democrático un Estado en que el Jefe de Estado es elegido por la soberanía popular y no por su pedigrí.
          7/ Nueva organización territorial. El estado de autonomías tal cual está no ha funcionado, para algunos la autonomía es demasiada y para otros poca, a nadie le parece la autonomía justa. Este tema es el más complicado de resolver, mi propuesta de consenso sería un modelo federal de estados (en principio Cataluña, País Vasco, Galicia y resto de España) siguiendo el modelo de los Estados Unidos. Me veo incapaz de abordar este problema en estas pocas lineas, pero apuntado queda.

          De estas reformas algunas me parecen absolutamente indispensables, irrenunciables para tener una democracia completa, otras menos (por ejemplo, la monarquía parlamentaria me parece un mal menor, si la figura del monarca sirve para cohesionar). En cualquier caso la reforma buena sería aquella acordada por una amplia mayoría del Congreso y refrendada mediante referéndum también con una amplia mayoría, yo aquí solo quería sugerir algunas líneas de reforma.
           ¿Es esta una hoja de ruta para el 15M? No. El 15M no debe renunciar (mientras no quiera hacerlo) a asambleas de barrios (gracias a ellas ha despertado una solidaridad vecinal dormida), parar desahucios (o incluso realojar en edificios vacíos) y combatir las redadas racistas. El 15M sigue, o debe seguir siendo, un movimiento plural, sin un programa único sino rico en propuestas e iniciativas que se ajusten a dos criterios: independencia de partidos y sindicatos (aunque se pueda coincidir y colaborar con ellos) y defensa de la democracia y la justicia social. No obstante creo que el 15M puede ser la punta de lanza de un frente reformista al que se sumen partidos, organizaciones y ciudadanos ajenos al 15M. El primer punto de reforma que destaco es el que más amplio respaldo ha tenido dentro del movimiento del 15M desde el principio (la demanda que más veces ha aparecido en las asambleas, en el buzón de la acampada de Sol, en esas asambleas virtuales que son twitter y facebook), y por ello el primer gran paso para completar la Transición es este domingo, #18D, en que saldremos a la calle para defender el principio "una persona, un voto", para protestar por una ley electoral injusta. Porque si el único cauce para la participación ciudadana en esta democracia es el voto cada cuatro años, y a efectos prácticos no todos los votos valen lo mismo, entonces se están desfigurando los tres aspectos básicos de la democracia: la libertad, la soberanía popular y el pluralismo político.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Laicismo para dummies

          Hace unos días (concretamente el 27 de noviembre) me desayunaba con una noticia de titular algo sensacionalista en el diario Público http://www.publico.es/espana/409151/rouco-exige-al-pp-un-retroceso-hacia-la-religion-obligatoria que auguraba la vuelta del peor aspecto de la LOCE. Cito el artículo: "Durante su intervención en el Congreso de Escuelas Católicas, que ayer clausuró el Ministro de Educación en funciones, Ángel Gabilondo, Rouco Varela insistió en la 'urgencia' de que se recupere el sistema educativo anterior, especialmente en lo tocante a un 'área educativa de valores', en alusión a la de Sociedad, Cultura y Religión presente en la LOCE, que entre otras cuestiones obligaba a los alumnos a elegir entre recibir formación religiosa confesional u otra no confesional. Pero que consagraba la presencia del hecho religioso en la escuela." En sintonía con esta demanda del Presidente de la Conferencia Episcopal están las manifestaciones de Benedicto XVI que habla de unos años de "laicismo radical" en España, coincidiendo con el gobierno del PSOE.
          Dado que estos últimos años, al igual que todos los que les precedieron, han sido más bien de "laicismo inexistente" en este país, me siento en la obligación de escribir un breve artículo explicando en qué consiste realmente el laicismo, y por qué la democracia española, si realmente quiere serlo, debe convertirse en un Estado laico. Pero antes de eso, y para no condicionar su validez a la del resto del artículo, me gustaría comenzar con un argumento en contra de esa petición de Don Antonio María Rouco Varela.

          El argumento que dan quienes defienden la presencia de la religión en los centros de educación públicos es más o menos el siguiente:

                    La educación aspira a la formación integral de la persona y
                    la religión forma y ha formado parte de la cultura humana desde la noche de los tiempos,
                    luego una educación que escamoteara el hecho religioso no sería integral,
                    y por tanto una educación que escamoteara el hecho religioso no sería educación.

          Y esto último es una contradicción, luego se deduce que la educación ha de incluir el hecho religioso. Pero sintiéndolo mucho la conclusión de este argumento no es válida por varias razones, una reducción al absurdo me permitirá mostrar la primera de ellas:

                    La educación aspira a la formación integral de la persona y
                    la violencia forma y ha formado parte de la cultura humana desde la noche de los tiempos,
                    luego una educación que escamoteara el hecho violento no sería integral,
                    y por tanto una educación que escamoteara el hecho violento no sería educación.

          ¿Qué cabe deducir de esto, que debería haber una asignatura específica sobre la violencia? O mejor, ¿debería haber dos, una en que se estudie la violencia como hecho y otra en que se incite a la violencia? No, lo que se deduce del anterior argumento, por lo absurdo de la conclusión a la que nos lleva, es que el primer argumento no es válido, y concretamente no lo es porque se trata de una falacia naturalista, esto es, mezcla lo descriptivo (los hechos, el "es") con lo prescriptivo (los valores, el "debe"), pero no se sigue lógicamente de que algo sea, o de que sea de determinada manera, que deba ser así. Del hecho de que las mujeres lleven en nuestra cultura el pelo largo más a menudo que los hombres no se sigue lógicamente que deba ser así, no es contradictorio defender lo contrario ni imposible concebirlo. Si valiera el argumento con que se justifica la presencia de la religión en la aulas por su presencia social (cada vez menor en España, por cierto), habría que estudiar astrología en los colegios, pues son más aquellos que a diario leen los horóscopos que quienes van a misa. La primera premisa es un juicio de valor que luego se adereza con un juicio de hecho, pero como tal juicio de valor no es algo indiscutible: la educación será como decidamos que sea, y en vista de la reducción al absurdo de más arriba, uno diría que mejor que no sea demasiado integral, no vaya a ser que en lo que se convierta sea en integrista.
          Alguien podría objetar que el segundo argumento es torticero, que equivale formalmente al primero, pero que en realidad su segunda premisa no es válida (en esencia no seríamos violentos, sino por accidente) mientras que la segunda premisa es incontestable en el caso de la religión. Pero tampoco, desde la noche de los tiempos tal vez haya acompañado al ser humano cierto trascendentalismo, pero este normalmente ha cuajado como animismo y no como religión, es más, en general ha cuajado como protociencia, como una torpe o mítica descripción de la naturaleza sustituida más tarde por una explicación inmanente. ¿Debería haber una asignatura sobre el animismo en el currículo, o de mitología, una versión confesional y otra no confesional? ¿Bastaría con que el trascendentalismo, con que esa experiencia o anhelo de lo metafísico o incluso lo espiritual estuviera presente en la educación? Porque de hecho lo está en las asignaturas de Historia, Filosofía o Historia del Arte.
          Claro, pero esa presencia de lo trascendental seguramente les parecerá muy insuficiente a Don Antonio María Rouco Varela o a Benedicto XVI, y entonces cabe preguntarse si realmente lo que tanto les inquieta es nuestra formación integral, o por el contrario que nuestra educación se aleje más de la cuenta de una formación muy particular. Pero el caso es que si la religión es un hecho, entonces se estudia de sobra en Historia como tal hecho, y si se trata del concepto de religión, o de Dios y lo divino, entonces se estudia de sobra en Filosofía (¿cuántos creyentes vuelven a leer fuera de esta asignatura a Tomás de Aquino o Agustín de Hipona?), y si no se trata de ni de lo uno ni de lo otro, si lo que debería formar parte de nuestra educación no es ni hecho ni concepto, entonces es doctrina y no ciencia, y no merece estar presente en la escuela pública sino en parroquias, sinagogas y mezquitas. Y aclarado esto, pasemos a aclarar en qué consiste el laicismo.

          En primer lugar querría explicar qué no es el laicismo, para desterrar de una vez por todas ciertas confusiones que están muy presentes en la sociedad española: el laicismo no es anticlericalismo (aunque algunos anticlericales lleven el laicismo por bandera, igual que algunos se dicen antinacionalistas cuando en realidad son nacionalistas de lo suyo, o antifascistas cuando son fascistas pero en su estilo) y el laicismo no es defender la obligatoriedad del ateísmo (un creyente puede ser laicista, y de hecho los creyentes lo son en su mayoría en países como Francia o Alemania, y Estados como la URSS no eran laicos sino oficialmente ateos).

          ¿Y qué es entonces el laicismo? Paradójicamente laico viene del griego laos que designaba al pueblo reunido para actos religiosos (o al público). Más adelante se distinguió dentro del cristianismo entre laicos y clérigos, esto es, entre los cristianos del pueblo y aquellos que habían sido elegidos ("clero" viene de kleros, literalmente aquellos seleccionados por sorteo, los "apartados"). Por fin en el siglo XIX "laico" pasa a designar al pueblo y "espíritu laico" al espíritu democrático y popular. Podemos considerar a Condorcet la semilla de este concepto que parte de su distinción entre unos principios de la moral "que pertenecen por igual a todos los hombres" (saberes) y los dogmas particulares de tal o cual religión (opiniones). El laicismo consiste entonces en la idea de que al Estado competen tan solo los saberes pero que debe permanecer perfectamente neutral en lo que respecta a las opiniones. Todas las creencias (o su ausencia) deben coexistir sin que el Estado impida ni aliente ninguna de ellas. El laicismo es pues la separación efectiva entre Estado e Iglesia, la aplicación a la cuestión religiosa de la distinción básica del Estado liberal entre ámbito público y ámbito privado, en que se fundamentan los derechos civiles. Por ello en un Estado laico cada confesión se encarga de la educación religiosa de sus fieles fuera de la escuela pública, pues no es competencia del Estado la educación de las opiniones de los ciudadanos, sino de esos saberes universalmente compartidos. Y son los fieles de cada Iglesia y solo ellos quienes la financian, y no el Estado a través de subvenciones o de los impuestos de todos los ciudadanos.  Lo característico de las instituciones en un Estado laico no es su militancia a favor de tal o cual religión, ni tampoco en contra de la religión, sino su asepsia en cuestiones de conciencia.
         
          Dicho esto, no existe un modelo único de laicismo. ¿Es indispensable, por ejemplo, prohibir el uso del velo islámico, escapularios o cualquier otro símbolo religioso por parte de los alumnos de la enseñanza pública? No, se trata de una opción, la elegida en Francia por ejemplo. Sin lugar a dudas las propias instituciones públicas no podrán ostentar símbolos religiosos (más allá de los que formen parte de la arquitectura de los edificios o de obras de arte), pero respecto a los ciudadanos que participen de ellas lo importante es que el mismo criterio se aplique para todos ellos y para todas las religiones (aunque es cierto que puede hacerse una salvedad prohibiendo símbolos como el velo islámico, porque el problema no es tanto lo que tiene de manifestación religiosa como de discriminación sexual). Y los actos religiosos en espacios públicos como las procesiones, ¿deberían prohibirse? En absoluto, lo que no podrán es ser sufragados dichos actos con dinero público, ni recibir un trato privilegiado respecto de otras manifestaciones festivas de carácter no confesional. A día de hoy, por cierto, ocurre más bien lo contrario, se van prohibiendo celebraciones festivas en las calles de las ciudades salvo en caso de actos religiosos.

          Y ahora por fin, ¿es España un Estado laico como pretende Benedicto XVI? Pues según su Constitución, no. Se trata de un Estado aconfesional anómalo, tal y como se explica en el Artículo 16.3 de la Constitución: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones." Así, el Estado no es laico pero tampoco teocrático. En un Estado teocrático una confesión y las prácticas que conlleva son de facto obligatorias, y no es ese el caso de España, nuestro modelo de Estado no laico lo que persigue es que una institución que gestiona una determinada confesión conserve el poder que lleva siglos detentando. No se trata de que todos los ciudadanos sean católicos (el Artículo 16.1 garantiza la libertad de conciencia) sino de que el catolicismo cuente especialmente en las decisiones del Estado. Es el catolicismo entendido como rasgo identitario, como un poder público más, y esto sencillamente convierte al Estado en este aspecto en nacionalista.
          Así, mientras no se cambie la Constitución y España no se convierta en un Estado laico, el país estará en la misma situación en que estaba la institución matrimonial antes de incluir a parejas del mismo sexo, en la de un constructo ideológico desigualitario. Si España aspira realmente a ser para todos, deberá ser neutral ideológicamente, deberá renunciar a ese especial trato a la Iglesia Católica, deberá liberarse de esa definición de "español" que incluye algo más que la condición de ciudadano, también su religión.
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