jueves, 8 de marzo de 2012

Feminismo para dummies III: sexo y género

          Hoy que es 8 de Marzo no estará de más recordar una de las distinciones conceptuales básicas del pensamiento feminista. Si en anteriores entregas, Feminismo para dummies I y II, me centré respectivamente en las características generales del feminismo y en desmontar acusaciones tópicas vertidas contra él, aquí querría tratar la distinción entre sexo y género.
          No voy a hablar de esta distinción desde el punto de vista lingüístico, considero que Ignacio Bosque en este reciente y polémico artículo lo hace mejor de lo que podría llegar a hacerlo yo jamás, sino desde el punto de vista filosófico. En los últimos años la distinción sexo/género ha venido sufriendo ataques de parte de cierto sector de la derecha española empeñado en una cruzada homófoba a raíz de la aprobación de la Ley de Matrimonio Homosexual. En ese contexto ha surgido la expresión "ideología de género" que significaría que la distincion entre sexo y género no está fundamentada y que creer en ella es una opción ideológica entre otras posibles (por ejemplo, la opción de creer que sexo y género son lo mismo). Esta bala destinada a socavar la igualdad entre homosexuales y el resto de los ciudadanos, golpea también de lleno (ignoro si quienes emplean la expresión "ideología de género" son conscientes de ello) en los cimientos de la igualdad entre hombres y mujeres, porque no admitir la distinción entre sexo y género por considerarla un constructo ideológico al servicio de no se sabe qué intereses supone, como trataré de explicar a continuación, abrir las puertas a la defensa de que hombre y mujer no son solo física sino esencialmente diferentes y por tanto no tienen por qué ser tratados en pie de igualdad.
          ¿Qué es el sexo? Lo que marcan los cromosomas sexuales. La diferencia sexual entre hombres y mujeres es meramente biológica. Tenemos el sexo que nos ha dado la naturaleza.
          ¿Qué es el género? Lo que marca la sociedad. La diferencia entre el género masculino y femenino es cultural. Participamos del género que nos ha impuesto la comunidad de que formamos parte o que hemos sido capaces de reconstruir después nosotros mismos.
          El pensamiento feminista nos descubrió que hay rasgos que atribuimos al hombre y a la mujer que consideramos parte de su naturaleza y que no osbtante no forman parte de su sexo, sino del constructo cultural que asociamos a dicho sexo. Y de este descubrimiento se sigue otro más importante, que esos rasgos que tradicionalmente se habían considerado esencialmente masculinos o femeninos en tanto derivados de la la naturaleza de hombres y mujeres, son por el contrario contingentes, que de hecho no hay nada asi como "la naturaleza" o "la esencia" de la mujer o el hombre, que el sexo no determina el género y por tanto es posible modificar el rol de género asociado tradicionalmente a uno u otro sexo.
          Veamos un ejemplo: tradicionalmente se ha considerado en nuestra sociedad que la falda era un elemento femenino, y de hecho lo es, pero no porque la naturaleza de la mujer haga que dicha prenda le corresponda de manera esencial pues se trata tan solo de una costumbre, un rasgo de nuestra cultura que, como todo rasgo cultural, podría ser otro que el que es (pensemos sin más en otra cultura, la escocesa, ¿es femenina la falda?).
          No obstante, las prendas de vestir asociadas a uno u otro sexo no son la parte más importante de la identidad de género, más interesante resulta hablar de la división del trabajo: del hecho de que las mujeres puedan amamantar a sus hijos (sexo), se deduce que el trabajo que les corresponde por naturaleza es el cuidado del hogar y de los hijos (género), lo que hace que el trabajo remunerado corresponda al varón (género), que la vida privada y el ámbito de los sentimientos sea el propio de la mujer (género), que la vida pública y el ámbito de la razón lo sean del varón (género), etc... la lista de corolarios es larga. La confusión de sexo y género es pues una falacia naturalista: del hecho de que la mujer sea (sexo) de determinada forma se pretende deducir que la mujer debe (género) obrar de determinada forma. De un juicio de hecho se deduce un juicio de valor, pero no hay un nexo lógico entre ambos juicios, no hay conexión necesaria alguna. Pero no ocurre solo que se deduzcan arbitrariamente valores a partir de hechos, es que se hace partiendo de hechos ya contaminados por esos mismo valores, lo cual da como resultado ideas como estas de Rousseau (sí, el ilustrado, por eso la divisa del feminismo ilustrado fue la de "arrojar más luz sobre las Luces") en su Emilio: "¿Cabe deducir de todo lo antedicho que [la mujer] debe ser educada en la ignorancia (...)? [...] Sin duda que no; la naturaleza no lo ha dicho así, y si las ha dotado de una tran agradable y delicada inteligencia, quiere que piensen, juzguen, amen, conozcan y cultiven su entendimiento como su figura, que son las armas que les da para suplir la fuerza que les falta y dirigir la nuestra. Deben aprender muchas cosas, pero solo las que conviene que sepan." En fin, por su propia naturaleza las niñas han de ser domesticadas, cuando "la mujer se queja de la injusta desigualdad en que la ha puesto el hombre, comete un error; esta desigualdad no es una institución humana, o al menos no es la obra del prejuicio, sino de la razón". Esta es la falacia naturalista que entraña que el rol del género femenino incluya la subordinación de la mujer al varón.
          Pero si es falaz esta deducción a partir de la desigualdad física entre machos y hembras, también lo es la relación entre sexo y género: el género no se basa en el sexo, se ha construido socialmente y sus rasgos son plenamente contingentes. Ante la situación de la mujer en la actualidad no cabe la explicación biológica, hay que indagar en su devenir histórico-social. Adujeron los ilustrados (con notables excepciones como Condorcet), para negarles sus derechos políticos a las mujeres, que no estaban dotadas, que sus conocimientos e inteligencia eran limitados, pero esto fue tratar de justificar la causa mediante su efecto. "Si es verdad que las mujeres no son un enjambre de seres frívolos y efímeros, ¿por qué habría de mantenérselas en una ignorancia que engañosamente se llama inocencia? Los hombres se quejan, y con razón, de las extravagancias y caprichos de nuestro sexo, cuando no ridiculizan con virulencia nuestras impetuosas pasiones y nuestros abyectos vicios. He aquí lo que yo les respondería: ¡Esa es la consecuencia natural de la ignorancia!" Estas palabras de Mary Wollestonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer dejan bastante claro el orden de los factores: si se trata a cualquier ser humano a lo largo de toda su vida como a un menor de edad, lo que se obtiene es un menor de edad, porque los seres humanos no nacemos sabios y autónomos. Si al género femenino se asocian la ingenuidad, la dulzura, el sometimiento, el cuidado del hogar y de los hijos, la sumisión al varón... y se educa en esas asociaciones a las mujeres, pues se obtiene como resultado final una coincidencia entre miembros del sexo femenino y características del género femenino, pero no porque su unidad sea indisoluble, sino porque el mármol biológico ha sido tallado con un cincel sexista que lo ha hecho coindidir perfectamente con su molde de género.
          ¿Suena esto a otra época? Tal vez poca gente pone en duda ya que la mujer ha de ser educada en pie de igualdad con el varón y que tiene el mismo derecho que él a participar de la vida pública, no obstante las asociaciones de género que pretenden adjudicarle un rol específico en la vida independientemente del que ella quiera asignarse persisten, como prueban estas palabras ni más ni menos que del Ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón: "En definitiva, vamos a defender el derecho y la dignidad de la mujer como uno de los derechos fundamentales que es del derecho a la maternidad." Esta afirmación es indignante.
          La dignidad de la mujer no pasa por la maternidad, reside en el mismo lugar que la dignidad del varón, en que somos seres racionales, autónomos, y por tanto fines en sí mismos. El mismo derecho a la maternidad que tiene la mujer lo tendré yo, varón, a la paternidad, y defender lo contrario viene a ser insistir en la confusión entre sexo y género que ha justificado durante siglos la subordinación de la mujer al varón, insistir en que esencialmente la mujer es madre, y que solo las tareas asociadas a la maternidad permiten que se realice plenamente, y esto sí que es auténtica ideología de género, machismo, y no el pensamiento feminista.

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