viernes, 29 de marzo de 2013

Del neoliberalismo al neofeudalismo

De la indignación a la ira
          Querría analizar en este artículo un fenómeno que me preocupa seriamente: la legitimación de casi cualquier acto siempre que se tenga por una reacción de protesta ante lo que se perciba como injusticia social, dando ya igual su encaje o no en formas democráticas. Hemos pasado en dos años de un tipo de protesta escrupulosamente respetuosa con los principios de la democracia (aunque no lo fuera siempre con la ley, haciendo uso de una desobediencia civil pasiva, y por tanto legítima diría yo) propia del 15M, a los escraches, de la indignación a la ira.
          La indignación es un sentimiento moral, esto es, sentirla constituye en sí mismo hacer un juicio moral, y por eso busca ser compartida. La indignación es un sentimiento objetivable, cabe dar razones de él, si algo es indignante es que cualquiera debería indignarse por ello. Si algo indigna es que es injusto. En este sentido, la indignación es política y puede manifestarse conforme a cauces de protesta que pertenecen a la esfera pública, a la vita activa. La ira, no obstante, es prepolítica, es sentimiento puro, podemos localizar sus causas, pero ello no implica que reaccionemos a su vez con ira. La ira no puede ser objetivada, es inherentemente subjetiva. Por eso la indignación genera en todo caso rebelión, pero no por ello violencia, porque es la ira la que pertenece al mundo de la ley del más fuerte, al estado de naturaleza, esto es, a lo prepolítico, a la acción directa, a la esfera privada.
          Algunos contemplarán este panorama con ilusión y esperanza, no es mi caso. No es que no me afecte lo que conduce a esa ira, entiendo que los escraches tengan lugar. Lo que me resulta extraño y me inquieta no es que se comprendan, sino que tantos los justifiquen, que la mayor parte de artículos que leo los legitimen. Y eso me preocupa porque me parece un signo de escasa salud democrática, esto es, me hace temer que no estemos viviendo los tiempos que yo creía estar viviendo de reconstrucción de la democracia, o mejor, de la definitiva democratización de este país, sino los últimos estertores de un moribundo.
 
De raíz social
          Dentro de mi estupor habría que incluir, aparte de la batería de artículos celebrando los escraches (no tanto los propios escraches, insisto) esta surrealista conversación del diputado Alberto Garzón en Twitter:

 
          Lo primero es pedirles que se abstengan de llegar a la conclusión "IU es fascista" (Garzón dice explícitamente que no ve a ninguna falange buena y Twitter es Twitter) porque obviamente no es así (aunque considero que el pacto en Ardales es injustificable), y además no es ese el tema de este artículo, sino el tipo de argumentación que lleva a justificar actos como pactar con Falange Auténtica o los escraches, a saber, que son "de raíz social".
          En primer lugar me sorprende la ignorancia del diputado Alberto Garzón respecto a los orígenes históricos de los distintos fascismos, porque ninguno en ningún caso fue un movimiento que surgiese de las élites políticas sino que todos fueron de "raíz social" (y militar), todos demandaban justicia social frente al orden burgués, nacionalización de la economía frente al liberalismo explotador y acción directa frente a unas instituciones políticas caducas (¿no resulta aterrador que nos suene hoy familiar este discurso?). He aquí, por ejemplo, un fragmento del manifiesto fundacional de Falange:
          El Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: "Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal".
 
          Dictaduras muy posteriores al fascismo clásico, como las de Pinochet o Videla en países de América Latina, sí que surgieron de las élites económicas (y aplicaron al dedillo el manual friedmaniano del neoliberalismo), también lo hizo la dictadura franquista, pero precisamente el franquismo es lo que distingue a Falange Auténtica de Falange Española: esta segunda surge de la unificación (obligatoria) de fascistas, carlistas, monárquicos y demás variantes de la derecha española en un partido único al servicio de Franco (que realmente carecía de ideología y asume la de Falange para llenar su vacío teórico, no era más que un dictador conservador y católico que estaba encantado de que le hubieran quitado de en medio a José Antonio Primo de Rivera). En definitiva, negar la "raíz social" del fascismo es vivir fuera de la realidad, y por si alguien leyera esto entendiéndolo justo al revés, la conclusión a la que pretendo llegar no es que algún falangismo sea bueno (como le ocurre a Garzón, creo, por tener que justificar lo injustificable), sino que "ser de raíz social" no sería bueno en sí mismo (esta afirmación, aprendo por un amigo, a cambio de evitarme ser tenido por fascista, parece ser que me convierte en demófobo, así será).
          El caso es que lo que me preocupa, por la salud de la democracia, es precisamente esta justificación de la violación de los procedimientos democráticos, la legitimación de la acción directa, amparándose en el efecto "demanda social" o en un estado de extrema urgencia o alarma social, porque eso es precisamente no entender (o entenderlo demasiado bien, tal vez) que la democracia es más que nada un procedimiento. Y me preocupa porque precisamente en la desconfianza, cuando no el odio, hacia los procedimientos democráticos es por donde se nos cuela el fascismo, porque afortunadamente otro componente fundamental del fascismo como sería la xenofobia parece no estar suficientemente arraigado en la sociedad española (salvo en algunas zonas donde viene excitándose durante años como en Cataluña, y por ello obtienen alcaldías partidos xenófobos), sí está presente, por desgracia, en el gobierno, como demuestra la infamante exclusión de la sanidad pública de los inmigrantes sin papeles (esto sí merecedor de desobediencia civil por parte del personal sanitario).
 
Las causas de la ira (de raíz social)
          Ante hechos preocupantes como los que aquí señalo, cabe dar distintas respuestas. Una de ellas, la que sistemáticamente da este gobierno, es la pura y simple represión. El caso de los escraches no va a ser una excepción, pero yo sigo defendiendo (contra todos, me temo) que los escraches son muy posiblemente legales aunque ilegítimos (y no al revés como quieren los medios de la izquierda, o ni legales ni legítimos como quieren los medios de la derecha). Otra respuesta, la que personalmente asumo, es indagar en las causas de la ira, porque considero que de corregirlas es de lo que depende la salud de nuestra democracia, y creo además que es posible hacerlo (me temo que no con este gobierno, aunque tampoco ahondando en la propia ira).
          Considero que la democracia española (y puede que no solo ella), que de entrada era insuficiente, se ha ido degradando entre otras cosas por la presión de los dictados de la economía neoliberal (aquella que busca adelgazar la intervención del Estado en los asuntos públicos hasta el extremo de su anorexia) llegando a resucitar ciertos aspectos propios de una sociedad feudal. Esto no quiere decir que vivamos en una sociedad estamental propia del Medievo, pero sí que ciertos logros que generaron paz social corrigiendo el sistema de clases en su versión decimonónica han sido o están siendo eliminados o reestructurados poniendo en grave riesgo la principal ventaja del modo de producción capitalista frente al absolutista (y a cualesquiera otros modos de producción previos): la posibilidad (no digo probabilidad) de ascender en la escala social gracias al mérito y al esfuerzo.
 
Características principales del neofeudalismo
          He empleado en el párrafo anterior el concepto "modo de producción" que pertenece al pensamiento marxista. Voy a emplear bastantes términos pertenecientes al análisis materialista de la realidad social de Marx, porque precisamente a él le correspondió analizar una sociedad que había abolido los estamentos de iure, pero no de facto, y algo así nos viene ocurriendo en los últimos tiempos (¡hala lo que he dicho!). Tres son las características de la sociedad actual que me permiten hablar de neofeudalismo:
 
          1/ La inexistencia de movilidad social. La diferencia fundamental entre la sociedad estamental de la Edad Media y la sociedad de clases es que esta última permite la movilidad social: alguien que pertenezca a la clase alta puede acabar por su mala cabeza (o la mala suerte) perteneciendo a la clase baja, y alguien de la clase baja podría por sus propios méritos (o la buena suerte) llegar a pertenecer a la clase alta. En la sociedad estamental nacer en la nobleza supone morir siendo noble, y otro tanto si uno es plebeyo, en la sociedad de clases la familia en que uno nace supone la clase social de partida, pero no forzosamente la de llegada, cabe ascender en la escala social. En teoría. De hecho, me temo, no es así, a día de hoy el ascenso en la escala social o bien no ocurre, o constituye una proeza o no se da por los cauces previstos (los únicos talentos que permiten ascender son los méritos deportivos, la participación en un reality show o la pertenencia a un partido político mayoritario). Si miramos a Francia, en estos términos es como cabe entender el odio de los inmigrantes de tercera generación a la República Francesa que presuntamente les ha dado cobijo, esa generación de franceses de origen extranjero se siente absolutamente desarraigada y engañada: sus abuelos emigraron y desempeñaron penosas tareas sin posibilidad de ascender en la escala social a causa del idioma, sus padres ya habían sido educados en la Escuela de la República, ya eran franceses, pero siguieron ocupando el mismo lugar que sus abuelos en la escala social a pesar de sus anhelos de integración, y ellos, sus hijos, renuncian a una integración que saben imposible. ¿No ocurre lo mismo en España? ¿No trata el Partido Popular de generar dos sistemas educativos paralelos ajustados a distintas clases sociales, de dificultar el acceso a la universidad a aquellos que pertenezcan a la clase baja?
          En el esquema que elabora Marx de la sociedad capitalista del siglo XIX hay que distinguir entre dos clases: la clase dominante (burguesía) y la clase dominada (proletariado). A pesar de tratarse de un sistema de clases, no existe movilidad social en la sociedad que Marx describe, porque la propiedad, el capital (que es el principal factor que permite ascender socialmente) está en manos de la clase dominante y los miembros de la clase dominada reciben tan solo un salario suficiente para su subsistencia, con lo que no pueden prosperar, entre otra cosas porque no existen mecanismos igualadores que corrijan las desventajas del punto de partida (que dependen tan solo de la clase de nacimiento, algo absolutamente ajeno al mérito o demérito personal). Hay que tener por logros de la lucha de clases los llamados derechos de segunda generación, los económicos, sociales y culturales (de los artículos 22 a 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, seguridad social, educación pública gratuita y universal, subsidio de desempleo...) que son la garantía de una auténtica igualdad de oportunidades, que es lo que hace posible el ascenso en la escala social. Si los servicios igualadores de oportunidades se degradan (y eso viene ocurriendo en nuestra sociedad desde hace bastantes años) se hace imposible la movilidad social. Por ejemplo, sin ayudas a la dependencia, ¿quién tendrá que abandonar los estudios, quien tenga que dedicar la mayor parte de su tiempo a cuidar de su padre enfermo o quien pueda contratar a alguien que lo haga? Y es que la Escuela Pública es el mayor igualador de oportunidades, el mayor motor del ascenso social, y por ello la mayor batalla por la igualdad se libra en este campo: devolver a la Escuela Pública su prestigio (escamoteado ilegítimamente calumniando a su alumnado y su profesorado, a este último usando como ejemplo ¡a aquellos profesores que suspenden las oposiciones!, o sea, a aquellos que en su mayor parte acaban ejerciendo en el sistema educativo privado).
          En cualquier caso, la percepción de que la movilidad social es, o se está haciendo, o se trata de hacer, imposible, explicaría muy bien por qué no existe confianza en los cauces democráticos de cambio social y político: porque de hecho se comprueba en el día a día que dichos cauces, en lo que respecta a la movilidad social, son principios declarados pero no materializados.
 
          2/ La desaparición de la clase media.  Yo no me sentía en absoluto proletariado, pero cada vez me siento menos clase media y desde luego no estoy acercándome a la clase alta. En la sociedad a la que pertenecemos, la posibilidad de pasar del estrato social más bajo al más alto mediante la educación era más o menos irreal, pero desde la clase baja sí cabía pasar a formar parte de una borrosa, amplia y mayoritaria clase media en la que se vivía muy bien (mejor que en algunas clases altas de otras sociedades o épocas anteriores). Mi alumno de familia muy humilde que con esfuerzo y tesón lograba sacar sus estudios adelante con todo en contra no albergaba la esperanza de llegar a lo más alto, pero sí por lo menos hacer estudios superiores y lograr un empleo que le permitiera dar el salto a una vida bastante mejor que la de sus padres.  Esto ya no es así o va camino de dejar de serlo. En primer lugar porque, como he defendido más arriba, no funcionan adecuadamente los mecanismos de igualdad de oportunidades, y en segundo lugar porque el poder adquisitivo de las clases medias disminuye drásticamente, acercándose al de las clases bajas (que directamente están siendo relegadas a la pobreza). El ascenso social es imposible porque no hay escalas intermedias entre el primer escalón y el último, la brecha que se abre entre la clase media y la clase alta hace que vaya haciéndose indistinguible la clase media de la baja (a no ser porque, como ya digo, crece la probreza extrema en nuestra sociedad, y no cabe comparar vivir en una clase media empobrecida con vivir en el umbral de la marginalidad).
 
          3/ Reaparición de los privilegios de la clase dominante. Lo que dije algo más arriba no era una boutade, un buen medio de progreso social, independiente del talento personal, es militar en las Juventudes Socialistas o en las Nuevas Generaciones y dedicarle a ello más tiempo que los demás. A la larga podría conducir a una vida de enormes sueldos (que uno mismo se pone a sí mismo), coches oficiales (incluso para ir a la peluquería), exenciones de impuestos, dietas de alojamiento, pensiones vitalicias... Lo que habitualmente se conoce como privilegios. Esto es, a día de hoy existe una auténtica clase dominante por encima de la ley que obliga al resto de ciudadanos a cotizar treinta y cinco años o más, aprobar oposiciones, demostrar su valía en una carrera o una empresa para salir adelante, pero que les permite a ellos salir airosos con solo tener el carnet del partido adecuado en el momento adecuado. ¿Son sangrantes los privilegios de los políticos? Tal vez no en la inmensa mayoría de los casos, pero lo suficiente como para que los cargos públicos electos (y los no electos, esos asesores que multiplican el número de políticos del país) sean percibidos como una clase, y ahí tenemos servida la vuelta a la descripción de la sociedad de clases con el binomio reductor de clase dominante y clase dominada. Si a eso le añadimos la corrupción, la impunidad y el nepotismo... ¿cómo que no existe una casta política?

          En definitiva, una lucha de clases que se había vuelto innecesaria en la mente de la mayoría de las personas, reaparece en muchas de esas mismas mentes porque ven en la lucha su única posibilidad de llegar a ascender socialmente, o de no ser relegados más, y más, y más en la escala social. Nadie en su sano juicio entre Suecia y la URSS se quedaría con la URSS, pero cuando lo que se va materializando es la posibilidad de ser China... ¿a alguien le extraña que algunos vuelvan su mirada al siglo pasado? Una división de clases al estilo clásico acaba generando desprecio por los mecanismos democráticos, en tanto estos acaban percibiéndose como herramientas al servicio, no de los ciudadanos, sino de una clase que vuelve a ser dominante en tanto es imposible llegar a pertenecer a ella. Los próceres del neoliberalismo, que han decidido llamar privilegios a nuestros derechos para desposeernos de muchos de ellos, deberían tener esto en cuenta: su sistema reconvierte a los habitantes de la clase media (mayoritaria) en miembros de un proletariado más o menos clásico, y este emprobrecimiento de la mayoría de la población no carece de consecuencias, por mucho que este empobrecimiento se dé en dosis homeopáticas no puede terminar sin saldarse con una insurrección. Imagino que el neoliberal tiene esto previsto, y para evitarla recurrirá a los instrumentos habituales: propaganda y represión. En fin, el plato del totalitarismo está servido, en la acción del poder y en su reacción.
 
 Combatir el neofeudalismo
          El neofeudalismo NO es un auténtico feudalismo, y por ello genera ira y no indignación, porque se pretende combatir un sistema que no es en su esencia misma injusto como si sí lo fuera, y esto es así porque de hecho funciona como si efectivamente lo fuera, se comporta como si hubiera estamentos pero el caso es que no los hay. Muchos ansían el estallido social que esta percepción genera, yo prefiero grabarme a hierro la lección de la Guerra Civil y huir de situaciones semejantes como de la peste. Si algo caracterizaba la España del 36 era la práctica inexistencia de demócratas (y eso no significa que no existiera un sistema democrático, ojo, la 2ª República lo era): unos poquitos radical-republicanos de derecha, los republicanos de izquierda, una pequeña parte del PSOE, algún anarquista... frente a fascistas, comunistas, la mayor parte de los socialistas, los monárquicos, los carlistas, el ejército, la Iglesia... Creo que a día de hoy vivimos en una democracia bananera, pero más aún que la calidad de nuestra democracia, me preocupa el creciente sentir y pensar antidemocrático de sus ciudadanos. Ya sabemos que a algunos la democracia nunca les entró realmente y la usan a su antojo, como un niño que aprende una palabra nueva y la emplea en todo momento para demostrar que la domina (dejando claro cada vez que no es así), pero a la mayoría sí, y no obstante ahora florecen peregrinas críticas a los procedimientos democráticos como tales (no en su malfunción) creyendo que ello no supone una crítica a la democracia en sí misma. Y por eso insisto en que la democracia no es nada más que un mecanismo, tal vez está tan oxidado que hay que sustituirlo por otro nuevo (como creo que defiende el Partido X) o tal vez basta con cambiar unas piezas, pero creer que puede prescindirse de mecanismo alguno es pensar que puede prescindirse de la democracia misma, y por eso prefiero ponerme del lado de los que quieren reformar o cambiar el sistema desde sus reglas, y no en ausencia de regla alguna.
 
 
 

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